La vida pasa, los bellos instantes de un ayer cada, vez más lejano, van desapareciendo en la espesa niebla, fría, de los recuerdos. El verdor frondoso del inmenso valle de los juegos en donde las ilusiones se perdían por sendas misteriosas, con la certeza de que las horas, recelosas, acabarían entregándonos algún tesoro soñado, se ha cubierto de hojas secas de un otoño desaprensivo y gruñón.
Las horas pasan más deprisa, son estrellas fugaces de una vigilia amarga en la que los versos huyen de miedos absurdos, cielos cubiertos de temores imaginados que pretenden usurpar la intimidad más amada. Los minutos se deshacen en sonidos confusos, las viejas y amables palabras del ayer apenas se comprenden, no hay diálogo.