La puerta permanecía firme, desafiante, viendo como el hombre, dispuesto a ultrajarla, se acercaba. Pretendía conocer el secreto supremo que guardaba celosamente en su interior. Todo era silencio, los pasos se deslizaban por un silencio sepulcral.
La puerta observaba los vertiginosos cambios que daba la vida, los errores que cometía el hombre a los largo del tiempo, sin detenerse a analizar y a comprobar las causas de su sinrazón, no quería o no le interesaba conocer las razones de su egoísmo. Únicamente pensaba en sus propios intereses, pretendía, por todos los medios posibles, cruzar aquel umbral, robar lo que había al otro lado y huir de aquella inaguantable soledad.