Recuerdo mis lejanos días universitarios, mis amigos, los apuntes diarios que ponía en orden cada noche mientras, oía las músicas tranquilas de la madrugada, las canciones se sucedían tranquilamente, sin ningún tipo de estridencias.
Aquellos años de duros sacrificios y de grandes esperanzas en que las hermosas palabras, las reflexiones de los grandes pensadores y escritores de todos los tiempos, los grandes poetas, me animaron a saborear las más sabrosas mieles de sus composiciones, pude compartir con ellos su melancolía, sus ilusiones, sus luchas. De vez en cuando, regreso a sus libros, acudo a su palabra con la esperanza de encontrar las claves que me permitan continuar por la senda, una senda que, últimamente, encuentra demasiada dificultad por la estupidez humana que, en este país mío, llamado España, una nación que hace más de 500 años descubrió América, donde llevó la cordura y el orden, evangelizando a aquellas gente que, posiblemente, serían felices pero que, de repente, pasaron a ser una parte muy importante del mundo, pues en esta España que, insisto, fue una de las grandes potencias mundiales, ocurren cosas muy singulares, cosas que dan la impresión que nos hacen retroceder en el tiempo, ahora van a tener que venir los de fuera a rescatarnos, esa estupidez humana desvanece mis recuerdos de la universidad, donde unos de los valores más significativos que guardo con más cariño es el compañerismo, el trabajo en equipo para superar grandes retos, teníamos que acumular una cantidad ingente de información, asimilar demasiados datos, leer una gran cantidad de libros, estudios, ensayos, y ese trabajo lo hacíamos en equipo.