Escrirores en Red

jueves, 11 de octubre de 2012

FRENTE AL ORDENADOR

     Estoy sentado frente al ordenador, ante a la blancura dolorosa de una página vacía, ausente, pérdida entre sombras extrañas de un pasado lejano, de otra época donde todo era muy diferente, en la que la inocencia imponía sin pretenderlo sus limpios criterios, las palabras jugaban alocadamente y se lanzaban a la aventura del último poema.

     Miro fijamente la pantalla nítida sin comprender el sentido de muchas cosas, me pierdo en los enrevesados significados de incógnitas pendientes de resolución pero no puedo distinguir las luces de su soledad. ¿Qué sentido tiene luchar por nada?, ¿qué recompensa me aguarda? No sé, tengo miedo. Quiero gritar, manejar a mi antojo la volubilidad de las palabras, beberme todo el néctar mágico de sus horizontes. Necesito abandonarme y seguir los preceptos de sus mandamientos tan exigentes. Parece una ardua tarea, cuando consigo atrapar una idea, las palabras me escupen todo su odio y los versos se lanzan al abismo de la desesperación.

     No tengo ningún amor, ahí radica la causa de mis males, las sombras desconocidas de un ayer lejano me arrancaron todas las respuestas. Ellas conocen perfectamente todos mis deseos y tienen una absurda envidia. Son egoístas y no permiten que siga mi camino y alcance la dicha de mis ilusiones. Quisiera destruirlas para siempre y empezar a escribir el poema definitivo, pero me echan en cara reproches amargos, que no sé a qué vienen y me hacen sentirme culpables de muchas cosas. No logro recomponer el cristal misterioso del atardecer y en la pantalla tan sólo logro reconocer viejos fantasmas que se multiplican fugazmente. 

     Están ahí, impidiendo que las palabras, mis tristes palabras, surquen los misteriosos y prometedores caminos donde el poema, por fin, se haga realidad.


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