Escrirores en Red

lunes, 1 de septiembre de 2014

LA CIUDAD DESPIERTA

     La ciudad despierta a la vida. El alba, lentamente, va iluminando las conciencias de las sombras penitentes. Los relojes empiezan a cabrearse por pequeñeces, por simples cuestiones que han de cumplirse a rajatabla. Las sombras van a sus quehaceres cotidianos, se pierden por sendas caóticas, frenéticas, se cruzan con otras sombras, amigas, cercanas, y apenas se reconocen, el tiempo es tan escaso que apenas para les permite un simple saludo, un vulgar ‘’hola. Qué tal?’’ sería un contratiempo imperdonable. Hay que seguir, llegar a tiempo para cumplir el horario previsto, es necesario cumplir el guión marcado por los relojes impertinentes.

     Por las calles se cruzan miles de pasos anónimos, las personas no existen, sólo son pasos, huellas efímeras que han de llegar a su destino cuanto antes, apenas queda rastro tras de sí, el pasado no existe, el presente es un ahora desquiciado. Hay que llegar, las normas han de cumplirse, es la ley.

     El futuro no espera, no soporta las debilidades humanas, muchos se quedan por el camino, tanta presión les paraliza y sus almas se evaporan en una niebla espesa, tanto dolor no permite continuar. Las sendas se cubren de sangre, heridas que no supuran y nunca podrán hacerlo porque es imposible doblegar el odio de semejante impertinencia. 

     Sólo los más fuertes consiguen alcanzar los objetivos marcados y la ciudad se ilumina para ellos, su coraje bien merece un reconocimiento. La ciudad estalla, todo es dinamismo, lucha, entrega. 

     Los relojes satisfechos, contemplan como los hombres, esas pobres sombras que caminan hacia un horizonte incierto, cumplen sus preceptos cada vez más inhumanos.

     La noche cae sobre la ciudad. Los relojes rencorosos continúan agobiando al ser humano que, apenas, tienen libertad para soñar.

     Las sombras penitentes se arrojan al abismo doloroso del olvido.

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