Escrirores en Red

viernes, 2 de marzo de 2012

LA PALABRA

     Qué difícil resulta volver, el camino es amargo, doloroso. Ella no responde. Se niega a regresar. Es una egoísta. Está deseando, pero no quiere comprometerse. De repente, siente vergüenza, tiene miedo que los rencores de la tarde jueguen con su integridad arrojándole espejos borrachos de pasiones trasnochadas.

     Bueno, allá ella. Cuando vengan días mejores, que no se queje. La vida no perdona semejantes memeces. Siempre hay que estar atento, el tiempo huye.

     Él salió a la calle, quería encontrar motivos, le gustaría saber cuáles fueron los errores cometidos. Tenía que hallar las causas de aquella repentina separación. No comprendía el porqué de la huída. No había razones. Ninguna. Siempre la trató bien, le gustaba ser comprensivo aunque, muchas veces era necesario ser implacable, duro. Nunca había que bajar la guardia, ni mucho menos, rendirse ante la evidencia.

     Las calles eran largas, inmensas, extrañamente difuminadas. La gente pasaba, apenas la veía. Sus pupilas, dilatadas, ofrecían pesadillas amargas, incompresibles, unas veces daban miedo, terror, otras, causaba pena, una inmensa pena. Su enorme debilidad se convertía, en ciertos momentos, en una atronadora carcajada que rompían todos los esquemas.

     Había que indagar. Buscar. No se atrevía a preguntar. Las sombras deambulaban con la vista perdida, hueca, casi mortecina.

     -Qué pasaría, qué le ocurría a la gente? Se preguntó, no lo comprendía, todo su cuerpo temblaba. No lograba calmarse. Estaba confundido, perdido en la inmensidad de sus absurdos errores.

     Decidió regresar, no le quedaba otra opción. Las sombras continuaban pasando velozmente. Los coches, frenéticos, no respetaban las indicaciones, se cruzaban y se perdían por extraños laberintos. No se podía detener para preguntar. A quién se iba a atrever a detener para hacerlo? Qué iba a alegar? que no era capaz de imponerse a evidencia.

     Las calles parecían distintas, extrañas. Las puertas de los establecimientos permanecían cerradas en su inmensa mayoría. Algunas estaban abiertas pero no había nadie en su interior. Eran locales desiertos o llenos de una bruma intensa, espesa.

     Abandonó toda tentativa. Llegó a su destino. Cada peldaño era un siglo. Al llegar al horizonte, en una esquina del tiempo, la palabra, arrepentida, estaba le aguardando.


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