El amanecer se cuela sigilosamente a través de las ventanas de la vida. Cada mañana inunda mi habitación con nuevas armonías de luz y color. El sol va dibujando estelas resplandecientes que borran las sombras de la noche que se mueren, enloquecidas, por los cánticos jubilosos de las distintas aves que surcan el azul del cielo.
Sobre los caminos, dormidos aún bajo el rocío, aparecen nuevas huellas que se dirigen a desconocidos horizontes, prometedoras ilusiones esperan su llegada, confían en lo que dijo el poeta ‘’Hoy puede ser un buen día’’, por lo que hay que ponerse en marcha cuanto antes, el tiempo no espera, todo es fugaz. Hay que partir, ya!
En mi escritorio, lleno de rescoldos del ayer, palabras sin sentido, absurdas, que se olvidó la madrugada, se extiende una inmensa cuartilla, inmaculada, con infinitas posibilidades. Tendré que ir buscando, a lo largo de la jornada, las palabras adecuadas, precisas, para escribir los definitivos poemas que me permitan llegar al gran valle con las manos repletas de razones para continuar luchando. Es preciso entrar en mi alma y expulsar de una vez todos los temores que no me dejan seguir la senda marcada, necesito acabar con la ingratitud de una soledad rencorosa, sólo así podré lograr la dicha, la plenitud.
Los relojes no se detienen, no tienen compasión, sin ningún tipo de piedad me van robando ilusiones blancas de esa luminosa cuartilla y, cada vez, se hace más estrecho el camino.
Parto raudo, no debo defraudar al amanecer.
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