Escrirores en Red

miércoles, 20 de mayo de 2015

SENTIRSE CULPABLE

Sentirse culpable por una cruel enfermedad que no la esperaba, el cáncer. Siempre flotaba en el horizonte como una especie de maldición, personas cercanas o personajes públicos abandonaban este mundo dejando un vacío doloroso y amargo, una vida llena de vivencias, de palabras, poemas que se iban escribiendo con esmero, poco a poco, donde cada verso era un horizonte por descubrir, unas lágrimas derramadas en el sopor de un verano interminable. De repente, todas las ilusiones se diluían en el interior de una lágrima inesperada.

Él estaba siempre acechando a sus víctimas tras las esquinas del tiempo, no le importaba si eran personas mayores o jóvenes, le traía sin cuidado su condición económica y su nacionalidad. A veces, su maldición era mucho más impactante por tratarse de personas conocidas e influyentes.

     Ahora, me ha tocado a mí, no lo esperaba, pero tras aquella puerta en la que aguardaban todos los especialistas que me habían visto a lo largo de aquel agotador día en Urgencias fui descubriendo su rostro lleno de odio entre las lágrimas calladas de mis seres queridos. Las palabras del médico que certificaba la gravedad que iba a cambiar mi vida y la de mi familia, fueron mostrándome las verdaderas cicatrices de una enfermedad que me había elegido. 

     De repente, caí en el abismo del miedo, cada vez me sentía más indefenso, de golpe me iba haciendo más pequeño. Mi familia estaba allí tratando de darme ánimos, como siempre, pero el abismo era muy profundo, ya no me quedaban fuerzas para agarrarme a ninguna esperanza.

.     - Nos podemos quedar alguno con José –preguntó mi madre a aquel doctor serio, cansado, cuyo rostro se dibujaba lentamente en la niebla espesa de una dolorosa pesadilla, cuando dijo que me tenía que quedarme ingresado en el hospital.

.    - Cualquiera, menos usted –respondió secamente el diabólico doctor.

     Ella, mi querida madre, no sé podía quedar, sin embargo, estuvo todos los día conmigo, soportando la terrible angustia de la amarga incertidumbre. Compartía conmigo cada silencio, la frenética marcha de los acontecimientos, las numerosas pruebas que me hicieron. Un ritmo endiablado que no podía soportar.

     Una mañana salió de la habitación mareada, necesitaba aire, estuvo a punto de desfallecer. Corrió al pasillo blanco.

.     - Irene, puedo abrir la ventana –preguntó nerviosa a una auxiliar que velaba mis sueños.

     .- Sí, se encuentra mal – le preguntó con resolución y añadió. Es diabética? 

     .- Sí –respondió a punto de caer.

     En ese momento, Irene llamó al enfermero y acudió con un vaso de leche y un montón de galletas.

     Él tuvo la culpa, el engreído cáncer que me hizo sentirme culpable por caer en sus redes, pero conseguí escapar de sus garras gracias a mi familia, sobre todo a ella, mi madre, y mis ángeles de la guarda que constantemente protegían mis sueños atormentados.

     Me sentí culpable pero, entre todos, me sacaron del abismo.

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