Lentamente llegué al valle. El camino había sido tremendamente duro pero, al final, logré divisar el horizonte. Deje volar mis sencillos versos, era preciso liberar el alma de tanto sufrimiento, las tardes de la vida habían sucumbido a la desdicha cruel de la soledad.
Ella me estaría aguardando en cualquier rincón que tendría descubrir, no lograba localizarla, el destino era muy cruel, tan sólo pretendía ser feliz, no quería otra cosa.
Mis versos comenzaron volar desesperados, se metieron por los silencios del tiempo, recorrieron, como posesos, los sueños moribundos de la noche. Era inútil, desolador, sus ilusiones perecían en la nada más absoluta. Las palabras no comprendían tanta ausencia,
Los relojes continuaban robándonos vivencias, esperanzas, los recuerdos se deshacían, el gran espejo, cada vez más nebuloso, iba desfigurando las nostalgias. La senda, casada de tantos sinsabores injustos, bebía la última botella de melancolía.
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